EL
RAPTO
Margarita
Romero Sánchez
Salió
corriendo de la estación del metro San Cosme, había perdido mucho tiempo con el
tirano de don Arquímedes, su jefe, quien tenía fama de ser un empresario muy
“negrero”; desde las ocho de la mañana que abría las puertas de la tienda no
descansaba ni un minuto, más que la media hora que le daba para comer, Celia
aprovechaba para degustar alguna fritanga de las que hacía en la
calle “doña pelos”.
Ese
día en particular ni siquiera había podido comer nada, solamente se empino de
tajo una botella de agua bonafont completa de litro y medio y esa era la razón
que la llevaba corriendo a casa; el baño, necesitaba llegar al baño, ese
hermoso y necesario artefacto que hace que el cuerpo descanse, “el baño”, se
repetía constantemente en su mente y nada lograba distraerla de su
necesidad.
Son
demasiadas cuadras pensaba Celia. A las once cincuenta y ocho de la
noche no encontró negocios abiertos, ni oficinas, ni gasolineras, nada que
pudiera parecerle un lugar donde solicitar el uso del baño, al
llegar a la calle de Fresno no aguantaba más pensó definitivamente en hacerse
ahí mismo en la esquina de la calle, vio todo cerrado y
aparentemente oscuro, sin embargo la detuvo la idea de que alguien pudiera
verla desde alguna ventana o en alguna cámara de seguridad, desistió de su
intención de hacerse ahí mismo y continuo caminando lo más rápido que podía por
las solitarias calles.
Celia
perdía por momentos la cordura con tantas ganas que tenía de orinar, fue
entonces cuando al lado de ella vio una ventana iluminada con una tenue luz y
dentro una figura encorvada, tal vez un anciano, tal vez una anciana, no sabía
bien de quien se trataba pero no aguantó más y tocó suavemente la ventana con
los nudillos de sus dedos. Celia se percató que la figura se ocultó a su visión
y la luz fue inmediatamente apagada, continuo caminando y no había dado más de
cuatro o cinco pasos cuando vio la puerta de la casa entreabierta, pensó que
quizá loa persona que estaba en la ventana le había abierto y con
cierto temor y vergüenza se introdujo en la casa con paso vacilante. Buenas
noches saludaba Celia con voz baja para no despertar a toda la familia, sin
embargo, nadie le contestó.
Buscaba
en la oscuridad alguna figura humana para poder solicitarle permiso
de usar el baño y se disculpaba por la intromisión pero nadie respondía a sus
palabras. En su emergencia busco alguna puerta que le pareciera que era un baño
pero solo distinguía algunos muebles grandes, un sillón, una mesa y siguió
caminando hasta que se topó con una pared.
La
urgencia de usar el baño crecía y tocando la pared continúo buscando
alguna puerta, llego a una esquina y vio que había un mueble con decoraciones,
flores en un jarrón y algunos retratos, tuvo que continuar con mucha precaución
para no tirar nada. Difícilmente podía ver algo y con las manos continuo
tocando la pared hasta que encontró una pequeña puerta que daba a lo que
parecía un patio trasero, sin pensarlo más se introdujo en él. Caminó
a ciegas por el pequeño patio y sin pensarlo dos veces se bajó su ajustado
pantalón de mezclilla y sus calzones e hizo del baño porque no
aguantaba más.
Sintió
el placer de dejar toda esa agua que había retenido por muchos minutos y se dio
tiempo para contemplar el espacio en el que se encontraba, parecía una casa muy
grande, hacía arriba solo podían verse enormes paredes y un pequeño domo que
dejaba pasar una ligera luz nocturna.
Una
vez que hubo terminado de satisfacer su necesidad de orinar, se acomodó su ropa
y se dispuso a salir como había entrado, volvió sobres sus pasos pero no
lograba encontrar la pequeña puerta que la llevo al patio, estaba a punto de
sucumbir de terror cuando se encontró de pronto con el anciano que había visto
por la ventana.
Celia
se deshacía en disculpas y le ofrecía reparar el daño y limpiar todo el patio
que había ensuciado de “pipi”, el anciano no respondía a sus palabras y solo se
limitaba a mirarla con unos enormes ojos sumidos por la vejez. Celia se percató
que era muy viejo y que tenía ropa muy anticuada, sus blancos cabellos le daban
a los hombros y sus arrugas eran extremadamente profundas. Celia lo tenía muy
cerca pero no lograba ver si el hombre estaba muy enojado con ella por su
intromisión o si no podía hablar por alguna razón, tal vez alguna condición
médica.
Así
permaneció algunos minutos que a Celia le parecieron horas y al no obtener una
respuesta se limitó a intentar encontrar la salida de ese lugar. El hombre la
alcanzó con sus brazos y la jaló de tajo con una fuerza descomunal para alguien
de su aparente edad. Celia creyó que moriría e intentaba zafarse de ese
aterrador abrazo, pero por más que lo intentaba no podía con él.
Los
minutos pasaban y el sujeto no soltaba a Celia, ella aterrorizada en extremo pasaba
de las suplicas a las amenazas para que la soltara pero el viejo solo la
arrastraba hacia otra habitación también en penumbras. La chica vio
pasar su vida en esos momentos y pensó que no lograría salir de ahí. En su
mente vio a sus padres y en la forma testaruda que les
había dicho que quería trabajar y no estudiar cómo era el deseo de ellos.
Había
entrado a trabajar al negocio de Don Arquímedes por recomendación de su amiga
Lulú Vargas, tiempo atrás ella también había dejado la preparatoria porque no
le interesaba y como a ambas se les dificultaban mucho las
matemáticas y el inglés decidieron que era mejor trabajar y abandonar la
escuela. Tenía dos meses trabajando en la tienda de deportes con el jefe más
rudo que podía imaginar pero le gustaba vender uniformes y accesorios
deportivos.
El
área que más le gustaba era el departamento de natación, los
googles, las gorras, los trajes de baño y ver en los posters gigantes que tenía
Don Arquímedes la figura de Michael Phelps, Missy Franklin y Katinka Hosszú. Mientras pasaba por
su mente esa parte de su vida intentaba también liberarse de su cautiverio. El
hombre la colocó en una pequeña trampa, un escondrijo en la esquina de la
habitación, era un reducido espacio en el que solo cabía sentada completamente
en cuclillas y tenía una reja que uso como puerta y le puso un cerrojo.
Permaneció mucho tiempo en esa posición. Celia pensó que
estaba acabada y que nadie sabría dónde buscarla pues ella no traía consigo el
teléfono celular, siempre lo olvidaba por la prisa. Esa mañana lo
había dejado cargando la batería desde las siete que salió de su
casa.
Lo único que traía era su pequeño reloj de pulsera que le
había regalado su padre cuando cumplió sus quince años, era de buena marca y
tal vez podría negociar con el sujeto que la liberara a cambio de su reloj.
Observó la hora y se dio cuenta que el reloj se había detenido a las once
cincuenta y ocho. Imposible que se hubiera descompuesto justo en ese momento
que más lo necesitaba.
El viejo volvió y llevaba consigo un bulto, era ligero y lo
puso a un lado de la reja que tenía presa a Celia, se dio cuenta que era una
bolsa de tela, una especie de almohada, el viejo la abrió y extrajo de ella un
vestido, al parecer era un vestido de novia. La oscuridad no le
permitía ver bien que era pero el hombre le hizo el ademán de que se lo pusiera.
Celia le hablo del reloj y de la posibilidad de que se lo
quedara y la liberara, sin embargo no obtuvo respuesta solamente el
dedo índice del viejo señalando el vestido que había puesto en el piso junto a
su pequeña cárcel.
Pasaron muchas horas, Celia estaba cansada de la posición que
tenía en ese agujero y le dijo al hombre que la liberara para ponerse el
vestido como él lo estaba solicitando. Pensó Celia que al estar fuera de su
prisión tendría más posibilidad de escapar. El individuo abrió el cerrojo y
Celia pudo salir y estirar sus largas piernas pero no tuvo mucho tiempo para
escapar el sujeto la tomo por la cintura y le señaló el vestido que
efectivamente era de novia. Celia pudo verlo más de cerca y consideró con
terror que no tenía más opción que seguir las reglas del demoniaco anciano.
Una vez que se colocó el vestido el hombre la tomo por las
manos y la apretó tan fuerte que no podía liberarse. En toda la noche no había
dicho palabra alguna pero en ese momento el anciano hablo con voz clara y
españolada como si se tratara de un joven mozo que está desposando a su hermosa
y amada novia. “Felicia yo te tomo por esposa y prometo amarte por el resto de
mi vida y aún más allá”.
Al terminar de decir estas palabras el anciano desapareció y
Celia quedo en la oscuridad de la habitación con el vestido de novia. Al notar
que no se encontraba su raptor se despojó del vestido y con las manos tocando
nuevamente las paredes, logró encontrar la puerta que la llevaba a
la primera habitación y de esta salió hacia la calle.
Celia
corrió si detenerse las ocho cuadras que la apartaban de su casa y llego a ella
agitada como una maratonista que rompió record, llorosa y asustada llamó desde
la puerta a su madre y al verla se abalanzó sobre ella abrazándola muy fuerte; su
padre también se acercó cuando escuchó todo el escándalo que Celia armo y entre
sollozos les narro la increíble historia de lo que le había sucedido.
Los
padres de Celia se miraban sorprendidos y le pidieron que se
controlara que llamarían a la policía y que detendrían al sujeto que
la había raptado. Celia lloro inconsolable y al ver el reloj que se encontraba
en la pared de su casa se dio cuenta que eran las once cincuenta y ocho de la
noche.
El
tiempo se detuvo desde que Celia descendió del metro en la estación San Cosme y
todo lo que sucedió después no tiene explicación alguna. Con el paso de los
días Celia comenzó a recuperar la razón, sus padres muy preocupados la
proveyeron de distintos servicios médicos entro ellos un psicólogo, quien la
motivo para que volviera a pasar por el lugar donde según ella ocurrieron los
hechos y se diera cuenta que no hay ninguna casa y solo son una
oficinas de la Secretaría de Educación Pública.
Celia
investigó con un equipo de amigos toda la historia de ese domicilio y
encontraron que en esos terrenos existió una casa que perteneció a un rico
comerciante español llamado don Damián de Alcocer, quien emigró de
Sevilla en 1860 y se instaló en la Ciudad de México. Se enteraron también por
cartas y documentos que él tenía una novia en España llamada Felicia Alondra de
Mendoza, ella se embarcó para pero nunca llegó su barco. Al parecer
Don Damián se quedó esperándola hasta que envejeció y murió sin poder
casarse con su prometida.