martes, 23 de octubre de 2018

EL RAPTO


EL RAPTO

Margarita Romero Sánchez

Salió corriendo de la estación del metro San Cosme, había perdido mucho tiempo con el tirano de don Arquímedes, su jefe, quien tenía fama de ser un empresario muy “negrero”; desde las ocho de la mañana que abría las puertas de la tienda no descansaba ni un minuto, más que la media hora que le daba para comer, Celia aprovechaba para degustar  alguna fritanga de las que hacía en la calle “doña  pelos”.

Ese día en particular ni siquiera había podido comer nada, solamente se empino de tajo una botella de agua bonafont completa de litro y medio y esa era la razón que la llevaba corriendo a casa;  el baño, necesitaba llegar al baño,  ese hermoso y necesario artefacto que hace que el cuerpo descanse, “el baño”, se repetía constantemente en su mente  y nada lograba distraerla de su necesidad.

Son demasiadas cuadras pensaba Celia. A las once cincuenta y ocho  de la noche no encontró negocios abiertos, ni oficinas, ni gasolineras, nada que pudiera parecerle un lugar donde solicitar  el uso del baño, al llegar a la calle de Fresno no aguantaba más pensó definitivamente en hacerse ahí mismo en la esquina de la calle, vio  todo cerrado y aparentemente oscuro, sin embargo la detuvo la idea de que alguien pudiera verla desde alguna ventana o en alguna cámara de seguridad, desistió de su intención de hacerse ahí mismo y continuo caminando lo más rápido que podía por las solitarias calles.

Celia perdía por momentos la cordura con tantas ganas que tenía de orinar, fue entonces cuando al lado de ella vio una ventana iluminada con una tenue luz y dentro una figura encorvada, tal vez un anciano, tal vez una anciana, no sabía bien de quien se trataba pero no aguantó más y tocó suavemente la ventana con los nudillos de sus dedos. Celia se percató que la figura se ocultó a su visión y la luz fue inmediatamente apagada, continuo caminando y no había dado más de cuatro o cinco pasos cuando vio la puerta de la casa entreabierta, pensó que quizá loa persona que estaba en la  ventana le había abierto y con cierto temor y vergüenza se introdujo en la casa con paso vacilante. Buenas noches saludaba Celia con voz baja para no despertar a toda la familia, sin embargo, nadie le contestó.

Buscaba en  la oscuridad alguna figura humana para poder solicitarle permiso de usar el baño y se disculpaba por la intromisión pero nadie respondía a sus palabras. En su emergencia busco alguna puerta que le pareciera que era un baño pero solo distinguía algunos muebles grandes, un sillón, una mesa y siguió caminando hasta que se topó con una pared.

La urgencia de usar el baño crecía y tocando la  pared continúo buscando alguna puerta, llego a una esquina y vio que había un mueble con decoraciones, flores en un jarrón y algunos retratos, tuvo que continuar con mucha precaución para no tirar nada. Difícilmente podía ver algo y con las manos continuo tocando la pared hasta que encontró una pequeña puerta que daba a lo que parecía un patio trasero, sin pensarlo más se introdujo  en él.  Caminó a ciegas por el pequeño patio y sin pensarlo dos veces se bajó su ajustado pantalón de mezclilla y  sus calzones e hizo del baño porque no aguantaba más.

Sintió el placer de dejar toda esa agua que había retenido por muchos minutos y se dio tiempo para contemplar el espacio en el que se encontraba, parecía una casa muy grande, hacía arriba solo podían verse enormes paredes y un pequeño domo que dejaba pasar una ligera luz nocturna.

Una vez que hubo terminado de satisfacer su necesidad de orinar, se acomodó su ropa y se dispuso a salir como había entrado, volvió sobres sus pasos pero no lograba encontrar la pequeña puerta que la llevo al patio, estaba a punto de sucumbir de terror cuando se encontró de pronto con el anciano que había visto por la ventana.

Celia se deshacía en disculpas y le ofrecía reparar el daño y limpiar todo el patio que había ensuciado de “pipi”, el anciano no respondía a sus palabras y solo se limitaba a mirarla con unos enormes ojos sumidos por la vejez. Celia se percató que era muy viejo y que tenía ropa muy anticuada, sus blancos cabellos le daban a los hombros y sus arrugas eran extremadamente profundas. Celia lo tenía muy cerca pero no lograba ver si el hombre estaba muy enojado con ella por su intromisión o si no podía hablar por alguna razón, tal vez alguna condición médica.

Así permaneció algunos minutos que a Celia le parecieron horas y al no obtener una respuesta se limitó a intentar encontrar la salida de ese lugar. El hombre la alcanzó con sus brazos y la jaló de tajo con una fuerza descomunal para alguien de su aparente edad. Celia creyó que moriría e intentaba zafarse de ese aterrador abrazo, pero por más que lo intentaba no podía con él.

Los minutos pasaban y el sujeto no soltaba a Celia, ella aterrorizada en extremo pasaba de las suplicas a las amenazas para que la soltara pero el viejo solo la arrastraba hacia otra habitación también en penumbras.  La chica vio pasar su vida en esos momentos y pensó que no lograría salir de ahí. En su mente vio a sus padres y en la forma  testaruda que  les había dicho que quería trabajar y no estudiar cómo era el deseo de ellos. 
Había entrado a trabajar al negocio de Don Arquímedes por recomendación de su amiga Lulú Vargas, tiempo atrás ella también había dejado la preparatoria porque no le interesaba y  como a ambas se les dificultaban mucho las matemáticas y el inglés decidieron que era mejor trabajar y abandonar la escuela. Tenía dos meses trabajando en la tienda de deportes con el jefe más rudo que podía imaginar pero le gustaba vender uniformes y accesorios deportivos.

El área que más le gustaba era el departamento de  natación, los googles, las gorras, los trajes de baño y ver en los posters gigantes que tenía Don Arquímedes la figura de Michael Phelps,   Missy Franklin y Katinka Hosszú. Mientras pasaba por su mente esa parte de su vida intentaba también liberarse de su cautiverio. El hombre la colocó en una pequeña trampa, un escondrijo en la esquina de la habitación, era un reducido espacio en el que solo cabía sentada completamente en cuclillas y tenía una reja que uso como puerta y le puso un cerrojo.

Permaneció mucho tiempo en esa posición. Celia pensó que estaba acabada y que nadie sabría dónde buscarla pues ella no traía consigo el teléfono celular, siempre lo  olvidaba por la prisa. Esa mañana lo había dejado  cargando la batería desde las siete que salió de su casa.

Lo único que traía era su pequeño reloj de pulsera que le había regalado su padre cuando cumplió sus quince años, era de buena marca y tal vez podría negociar con el sujeto que la liberara a cambio de su reloj. Observó la hora y se dio cuenta que el reloj se había detenido a las once cincuenta y ocho. Imposible que se hubiera descompuesto justo en ese momento que más lo necesitaba.

El viejo volvió y llevaba consigo un bulto, era ligero y lo puso a un lado de la reja que tenía presa a Celia, se dio cuenta que era una bolsa de tela, una especie de almohada, el viejo la abrió y extrajo de ella un vestido,  al parecer era un vestido de novia. La oscuridad no le permitía ver bien que era pero el hombre le hizo el ademán de que se lo pusiera.

Celia le hablo del reloj y de la posibilidad de que se lo quedara y la liberara, sin embargo  no obtuvo respuesta solamente el dedo índice del viejo señalando el vestido que había puesto en el piso junto a su pequeña cárcel.

Pasaron muchas horas, Celia estaba cansada de la posición que tenía en ese agujero y le dijo al hombre que la liberara para ponerse el vestido como él lo estaba solicitando. Pensó Celia que al estar fuera de su prisión tendría más posibilidad de escapar. El individuo abrió el cerrojo y Celia pudo salir y estirar sus largas piernas pero no tuvo mucho tiempo para escapar el sujeto la tomo por la cintura y le señaló el vestido que efectivamente era de novia. Celia pudo verlo más de cerca y consideró con terror que no tenía más opción que seguir las reglas del demoniaco anciano.

Una vez que se colocó el vestido el hombre la tomo por las manos y la apretó tan fuerte que no podía liberarse. En toda la noche no había dicho palabra alguna pero en ese momento el anciano hablo con voz clara y españolada como si se tratara de un joven mozo que está desposando a su hermosa y amada novia. “Felicia yo te tomo por esposa y prometo amarte por el resto de mi vida y aún más allá”.
Al terminar de decir estas palabras el anciano desapareció y Celia quedo en la oscuridad de la habitación con el vestido de novia. Al notar que no se encontraba su raptor se despojó del vestido y con las manos tocando nuevamente las paredes,  logró encontrar la puerta que la llevaba a la primera habitación y de esta salió hacia la calle.

Celia corrió si detenerse las ocho cuadras que la apartaban de su casa y llego a ella agitada como una maratonista que rompió record, llorosa y asustada llamó desde la puerta a su madre y al verla se abalanzó sobre ella abrazándola muy fuerte;  su padre también se acercó cuando escuchó todo el escándalo que Celia armo y entre sollozos les narro la increíble historia de lo que le había sucedido.

Los padres de Celia se miraban sorprendidos y le pidieron  que se controlara que llamarían a la policía y que detendrían al sujeto  que la había raptado. Celia lloro inconsolable y al ver el reloj que se encontraba en la pared de su casa se dio cuenta que eran las once cincuenta y ocho de la noche.

El tiempo se detuvo desde que Celia descendió del metro en la estación San Cosme y todo lo que sucedió después no tiene explicación alguna. Con el paso de los días Celia comenzó a recuperar la razón, sus padres muy preocupados la proveyeron de distintos servicios médicos entro ellos un psicólogo, quien la motivo para que volviera a pasar por el lugar donde según ella ocurrieron los hechos y se diera cuenta que no hay ninguna casa y solo  son una oficinas de la Secretaría de Educación Pública.


Celia investigó con un equipo de amigos toda la historia de ese domicilio y encontraron que en esos terrenos existió una casa que perteneció a un rico comerciante español llamado don Damián de Alcocer,  quien emigró de Sevilla en 1860 y se instaló en la Ciudad de México. Se enteraron también por cartas y documentos que él tenía una novia en España llamada Felicia Alondra de Mendoza, ella  se embarcó para pero nunca llegó su barco. Al parecer Don  Damián se quedó esperándola hasta que envejeció y murió sin poder casarse con su prometida.